El arte contemporáneo digital como generador de obra, nueva o derivada, parece encontrarse en una nueva encrucijada: una miríada de imágenes que escapan a mundos fantásticos y retratos hiperrealistas de imaginarios globalizados a diseños al estilo de grandes maestros disparan las alarmas sobre derechos de autor y el uso de imágenes sin permiso, y también la pérdida de status del artista, informó la Agencia de Noticias Télam.

Pero, si la creación artística que acude a la herramienta digital transforma, metafóricamente, ese pincel en manos humanas que dibuja sobre una tela en acto de complejas instrucciones y variables sintetizadas «aprendidas» resultando en una imagen, lo que se modifica es el medio, no la intención humana, lo que se quiere transmitir, crear, al menos, por el momento.

Así como los programas de edición de fotografía surgidos no hace tanto se tornaron indispensables para muchas prácticas artísticas y de diseño, un nuevo capítulo se escribe en los últimos meses con la inteligencia artificial (IA) aplicada al arte y su expansión.

«La IA es un modo democrático de hacer arte que ayudaría a hacer realidad la utopía de Joseph Beuys: ´Todo ser humano es un artista´. Pero si todos pueden hacer arte nos encontramos con un problema: ya no habría quien mire a los «artistas» (aquellos que la institución arte reconoce como tales)».

Es que nunca fue tan fácil recrear el mundo en un instante con solo unas pocas palabras claves y ajustes de parámetros como ofrecen plataformas como Dall-E (desarrollada por la empresa OpenAI), Midjourney o la de código libre Stable Diffusion, entre otras.

Herramientas que devuelven activamente como obra la proyección de una idea, una búsqueda. Aunque también puede pensarse que permiten resguardar, en esa interacción hombre-máquina, la dimensión de juego tan propio de los procesos creativos.

«Más allá de su masividad, la IA no compite con el artista. Es una herramienta y no un reemplazo. Una herramienta que puede incentivar la experimentación y la creatividad», dice Elena Oliveras y comparte «en la sinergia autor-programa el artista podría encontrar situaciones sugerentes, formas y contenidos que nunca se le hubieran presentado antes».

Pero, «los modelos de la IA trabajan sobre ´lo dado´ -un cuerpo de datos preexistentes- no sobre lo por venir», y ese futuro «justamente en lo indeterminado, en el rumor secreto de lo aún no dado, donde podrá ejercer su libertad», destaca la ensayista.

«Con las inteligencias artificiales no desaparece la figura del artista, sino que se reconfigura radicalmente, porque las obras producidas con estas IA reclaman otro tipo de artista que va perdiendo cierto control sobre el resultado final de la obra», explica la investigadora Jazmín Adler.

«Porque el artista tiene control hasta cierto punto» pero «gran parte del proceso creativo queda en manos del algoritmo», aunque aclara que es importante establecer que las disputas de autoría de obra sino que surgen privativamente por el uso de la IA o «las obras tecnológicas, sino que la pregunta acerca de quién es el autor, si quien ejecuta la obra o el que formula la idea, está presente desde hace siglos». Y agrega: «esto se pone de relieve fuertemente a mediados del siglo XX con la emergencia del arte conceptual y todas sus derivas más contemporáneas donde los artistas formulan la idea y luego son sus asistentes u otros artistas quienes la ejecutan».

«En el caso de las artes tecnológicas o de las convergencias del arte la ciencia y la tecnología, este proceso se viene dando en distintos proyectos», concluye.

Elegida el año pasado como la palabra del 2022 por la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE), la expresión «inteligencia artificial» y sus aplicaciones en el mundo cotidiano se afianzan cada vez más en todas las áreas críticas, desde las infraestructuras a la medicina o la elección de qué comprar o pensar y el seguimiento de cada ciudadano devenido consumidor.

Incluso la IEEE Standards Association (organización internacional para la creación de estándares tecnológicos) ofrece desde enero un programa de los elementos básicos vitales para las «Normas de ética y gobernanza de la IA» como contribución «a crear sistemas de inteligencia artificial más confiables», como ayuda «a los desarrolladores de IA a incorporar principios de diseño centrados en el ser humano en sus estrategias de producto y estructuras organizativas y de gobernanza», aplicado a todo tipo y destino de desarrollos.

Sin embargo, entre las voces críticas disparadas desde las redes sociales se indica que utilizar la IA se asemeja a realizar una búsqueda en el navegador para encontrar algo realizado por otros que «no es tu trabajo», ejemplifican. Y si bien por el momento, la IA no suplanta el trabajo del artista, uno de los problemas es el ético por el uso de imágenes utilizadas para el aprendizaje de estás tecnologías, a lo que se suman los imaginarios introducidos para ser procesados, aprendidos por las IA que pueden devenir en estereotipos sexistas y racializados, entre otras cuestiones.

Fuente: Télam

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